lunes, septiembre 23, 2024

Israel no está en condiciones de hablar de “líneas rojas”

El sábado 27 de julio, al menos 12 niños de la comunidad drusa murieron en un ataque con cohetes en la ciudad de Majdal Shams, en los Altos del Golán sirio ocupados por Israel.

Israel culpó del ataque a Hezbolá, declarando que constituía “el cruce de todas las líneas rojas”. Hezbolá, que por lo general no tiene reparos en reconocer sus actos, negó vehementemente la acusación.

Independientemente de quién sea el responsable, resulta ridículamente obsceno que Israel se considere autorizado para hablar de “líneas rojas” cuando el ejército israelí está perpetrando actualmente un genocidio en la Franja de Gaza. Desde el 7 de octubre, casi 40.000 palestinos han sido asesinados oficialmente en Gaza. Un estudio reciente de The Lancet sugiere que la cifra real de muertos podría superar los 186.000.

El ministro de Educación de Israel, Yoav Kisch, instó a su gobierno a responder “con toda la fuerza” al ataque de Majdal Shams y amenazó con la posibilidad de una “guerra total” con Hezbolá. Una vez más, se necesita un tipo especial de lógica para amenazar con una guerra en represalia por un ataque a un territorio que se está ocupando ilegalmente.

Pero bueno, así es como actúa Israel: el agresor se convierte en víctima, el ocupante en propietario legítimo, el genocidio en defensa propia.

En cuanto a la amenaza de una “guerra total” en el Líbano, cabe mencionar que Israel ha matado a más de 500 personas en el país desde octubre, incluidos más de 100 civiles. Ya parece una “guerra total”.

No es que ésta sea la primera vez que Israel lleva a cabo una matanza masiva de libaneses. Recordemos la guerra israelí de 34 días contra el Líbano en julio y agosto de 2006, que redujo la población del país en aproximadamente 1.200 personas y dio lugar a la llamada “Doctrina Dahiyeh”, definida por el Times of Israel como una “estrategia militar que propugna el uso de una fuerza desproporcionada contra una entidad militante destruyendo la infraestructura civil”.

En otras palabras, olvidémonos del derecho internacional y de esas cosas conocidas como las Convenciones de Ginebra.

La doctrina debe su nombre a Dahiyeh, un suburbio del sur de Beirut, una zona que los medios occidentales se complacen en definir como un “bastión de Hezbolá”. Mientras viajaba a través del Líbano tras la guerra de 2006, yo mismo fui testigo del resultado de la “fuerza desproporcionada” utilizada en Dahiyeh y otras partes del país. Vi bloques de apartamentos convertidos en cráteres y pueblos reducidos a escombros.

Sólo se puede suponer que, en cualquier conflicto futuro, la Doctrina Dahiyeh será la norma.

Además de arrasar la infraestructura civil en 2006, Israel también se comprometió a saturar franjas del Líbano con millones de bombas de racimo, muchas de las cuales no explotaron al impactar y que siguen matando y mutilando incluso en ausencia de una “guerra total”.

Luego hubo incidentes como la masacre de Marwahin en 2006, en la que 23 personas –la mayoría de ellas niños– fueron asesinadas a quemarropa por un helicóptero israelí mientras obedecían órdenes de evacuación emitidas por el ejército israelí.

Eso suena como una “línea roja”, si alguna vez hubo una.

O retrocedamos en el tiempo hasta 1996, cuando Israel llevó a cabo la encantadora Operación Uvas de la Ira, en la que el ejército israelí masacró a 106 civiles que se refugiaban en un complejo de las Naciones Unidas en la ciudad de Qana, en el sur del Líbano.

Si retrocedemos un poco más, encontraremos el acontecimiento que dio origen a Hezbolá: la invasión israelí del Líbano en 1982, que mató a decenas de miles de libaneses y palestinos. Esta invasión coincidió con la ocupación israelí del sur del Líbano, que duró 22 años y que tuvo un final ignominioso en mayo de 2000, gracias a la resistencia libanesa liderada por Hezbolá.

Ahora, las declaraciones belicosas de Israel en respuesta al incidente de Majdal Shams han alimentado los temores de una importante escalada regional. Los gobiernos han advertido a sus ciudadanos que no viajen al Líbano y varias aerolíneas han cancelado vuelos con destino y origen en Beirut, una precaución justa teniendo en cuenta que Israel bombardeó repetidamente el aeropuerto de Beirut en 2006. El lunes, los ataques israelíes con aviones no tripulados en el sur del Líbano mataron a dos personas e hirieron a un niño.

En su declaración sobre el supuesto “cruce de todas las líneas rojas” por parte de Hezbolá en Majdal Shams, ocupada por Israel, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel declaró: “Éste no es un ejército que lucha contra otro ejército, sino una organización terrorista que dispara deliberadamente contra civiles”. Si no conociéramos a la persona que pronunció estas palabras o el contexto, podríamos pensar que se refieren al propio comportamiento de Israel en Gaza.

Lo que nos lleva a la pregunta retórica: si Israel se preocupa tanto por los civiles que habitan los territorios que ocupa, ¿por qué masacra a los palestinos?

En junio de 2006, el ejército israelí desató su romántica “Operación Lluvias de Verano” en la Franja de Gaza, un ataque que el académico estadounidense Noam Chomsky y el historiador israelí Ilan Pappé han descrito como una “matanza sistemática” y el “ataque más brutal contra Gaza desde 1967”. Apenas unas semanas después, los israelíes decidieron que también al Líbano le vendría bien un poco de lluvia y –voilá– nació la Guerra de Julio.

Como suele decirse, cuando llueve genocidio, llueve a cántaros. Y puede que Israel haya encontrado un pretexto conveniente para trasladar la tormenta también al Líbano.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la postura editorial de Al Jazeera.

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