Esta pequeña ciudad noruega se encuentra justo en la frontera rusa, y la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Moscú está teniendo repercusiones en sus habitantes.
Unos 400 rusos que viven en Kirkenes se dividen entre partidarios y críticos del Kremlin.
«Uno de mis mejores amigos ahora me considera casi un enemigo porque no apoyo lo que hace mi país», dice Ludmilla Wille, una comerciante de souvenirs.
Las sanciones también están afectando a la economía de la ciudad. Desde que comenzó la guerra, cada vez hay menos turistas en la ciudad.
Y su astillero, que solía reparar barcos pesqueros rusos, ha perdido clientes.
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