jueves, diciembre 5, 2024

‘Estados Unidos está listo para una historia mejor’: los Obama movilizan a la nación con discursos electrizantes en la Convención Nacional Demócrata – The Michigan Chronicle

Michelle Obama subió al escenario el martes por la noche, durante la segunda noche de la Convención Nacional Demócrata, con una presencia tan imponente como siempre, como si el mundo entero hubiera estado conteniendo la respiración sólo para escuchar lo que tenía que decir. Un estadio lleno en Chicago la recibió con un estruendoso aplauso, pero la energía en la sala cambió en el momento en que comenzó a hablar. La ex primera dama no sólo estaba pronunciando un discurso, estaba dirigiéndose a una nación que había soportado cuatro años de amarga división bajo un líder que prosperaba en el caos. Mientras comenzaba a desmantelar la fachada cuidadosamente construida de Donald Trump, invocó un legado de resiliencia, fuerza y ​​orgullo, recordando a la audiencia el poder de la perseverancia, incluso frente al odio.

Las palabras de Michelle tenían el peso de una experiencia vivida y resonaban en los corazones de quienes habían sido marginados, silenciados o subestimados durante mucho tiempo. Habló a una comunidad negra que conocía íntimamente los peligros de una “visión limitada y estrecha del mundo”. La visión de Trump, en particular, no solo era limitada, sino que se usaba como arma contra los estadounidenses negros. Y, sin embargo, Michelle estaba allí, impasible ante las amenazas del pasado o los ataques venenosos que habían intentado destruir el legado de su familia. Estaba decidida a movilizar a la multitud para que actuara, negándose a permitir que la política de la desesperación se apoderara del espíritu de esperanza.

“Durante años, Donald Trump hizo todo lo que estuvo a su alcance para intentar que la gente nos temiera”, dijo, con voz firme pero cortante. No se trataba solo de ella o su esposo. Se trataba de todas las personas negras a las que alguna vez se les había dicho que no eran suficientes, a las que se les había temido simplemente por existir. “Su visión limitada y estrecha del mundo lo hizo sentir amenazado por la existencia de dos personas trabajadoras, altamente educadas y exitosas que casualmente son negras”. Esas palabras fueron un puñetazo en el estómago: directas, firmes y envueltas en la verdad que tantas personas habían experimentado pero que a menudo se había dejado sin decir en la política convencional.

Pero Michelle no estaba allí solo para contar el dolor. Vino a dejar las cosas claras: los negros siempre han sido más que el miedo que se ha convertido en un arma contra ellos. “Si vemos una montaña frente a nosotros”, dijo, “no esperamos que haya una escalera mecánica esperando para llevarnos a la cima”. El aplauso fue ensordecedor porque todos en esa sala, y muchos más que miraban desde casa, sabían lo que significaba escalar una colina contra viento y marea. A nadie se le escapó que Trump, el hombre que había pasado su vida construyendo muros, tanto literales como metafóricos, nació en la riqueza, mientras que la mayoría de los estadounidenses negros todavía luchaban por vislumbrar las oportunidades que él había dado por sentadas.

Y ahí estaba, diciéndolo claramente: el éxito en este país no consiste en esperar una limosna o en aprovecharse de los privilegios. Se trata de trabajar el doble, demostrar lo que vales diez veces y tener la audacia de creer en la esperanza. Y Kamala Harris, dejó en claro, era la encarnación de esa misma creencia. No era alguien a quien el éxito le fue entregado en bandeja de plata: había luchado con uñas y dientes por cada centímetro que había ganado. Michelle recordó a la audiencia que Harris comprendía “que a la mayoría de nosotros nunca se nos concederá la gracia de fracasar hacia adelante”, un golpe directo a los infames fracasos empresariales de Trump, todos ellos amortiguados por su riqueza.

Barack Obama, que no es de los que se esconden ante la dura verdad, retomó el tema que su esposa había dejado. Él tampoco perdió el tiempo eludiendo el verdadero problema. “No necesitamos cuatro años más de fanfarronería, torpeza y caos”, dijo. “Ya hemos visto esa película antes, y todos sabemos que la secuela suele ser peor”. La multitud rugió, no sólo porque la frase fuera una indirecta ingeniosa, sino porque sonaba muy cierta. La presidencia de Trump no era sólo una anomalía, era una crisis de carácter, una prolongada emergencia nacional que había dejado cicatrices profundas.

El discurso de Barack fue más que una reflexión sobre la incompetencia de Trump. Fue un llamado a las armas, instando al país a recuperar su dignidad y su alma. Pintó una visión de unos Estados Unidos que estaban cansados ​​de ser destrozados por quejas mezquinas y retórica superficial. “Estados Unidos está listo para un nuevo capítulo”, dijo, con una convicción inconfundible en su voz. “Estados Unidos está listo para una historia mejor”. Kamala Harris, insistió, era la persona adecuada para ayudar a escribir esa historia. No era solo una política: era un símbolo de lo que el país podría ser cuando estuviera a la altura de sus ideales de equidad, justicia e igualdad.

Tanto para Michelle como para Barack, lo que estaba en juego en estas elecciones no era sólo político, sino profundamente personal. Ambos hablaron de pérdidas: Michelle, de su madre, Marian Robinson, que había fallecido apenas unos meses antes; Barack, de la pérdida del sentido de propósito compartido de una nación. Conectaron su dolor personal con el duelo colectivo de un país que había perdido el rumbo, y apelaron a los mejores ángeles de una nación dividida para que se unieran una vez más.

En sus discursos, el mensaje fue claro: Kamala Harris no solo era el futuro del Partido Demócrata, sino también el futuro del país. Michelle advirtió que negarle esa oportunidad sería dejar que el miedo gane una vez más. “No podemos dejarnos llevar por la ansiedad sobre si este país elegirá a alguien como Kamala en lugar de hacer todo lo posible para que alguien como Kamala sea elegido”, dijo. Fue un desafío directo a todas las personas en esa sala y a todos los espectadores que miraban desde casa: no se dejen paralizar por la duda. Déjense llevar a la acción.

Barack, siempre estratega, planteó la elección en términos inequívocos: o Harris, con su liderazgo firme y su compromiso con la justicia, o un “multimillonario de 78 años que no ha dejado de quejarse de sus problemas desde que bajó por su escalera mecánica dorada hace nueve años”. El absurdo de las quejas de Trump ya no resultaba chocante, sino simplemente tedioso. Y Barack sabía que el pueblo estadounidense también estaba cansado.

Sin embargo, en medio de todas las críticas, había esperanza. Barack habló de Kamala como una líder que comprendía que “la libertad significa que los poderosos no pueden hacer lo que les plazca, ya sea despedir a trabajadores que intentan organizar un sindicato, envenenar nuestros ríos o evitar pagar impuestos como todo el mundo”. Era una candidata que creía en una libertad que beneficiaba a todos, no solo a unos pocos privilegiados.

La noche terminó con Barack dando un mensaje que parecía resumir toda la filosofía política de los Obama: la grandeza de Estados Unidos no está en su poder ni en su riqueza, sino en su gente y en su capacidad de unirse para construir algo mejor. Kamala Harris, dijo, era una líder que podía aprovechar ese potencial, alguien que comprendía que Estados Unidos no era solo una colección de individuos sino una comunidad unida por valores compartidos.

Para Michelle y Barack Obama, esta elección no se trataba solo de derrotar a Donald Trump. Se trataba de recuperar el alma de una nación que había sido destrozada por la división, la codicia y el miedo. Y Kamala Harris, argumentaron, era la persona indicada para liderar esa lucha. A sus ojos, ella no era solo la mejor opción, sino la única opción. Y mientras la multitud los vitoreaba, quedó claro que muchos en esa sala, y en todo el país, sentían lo mismo.

La publicación ‘Estados Unidos está listo para una historia mejor’: los Obama movilizan a la nación con discursos electrizantes en la Convención Nacional Demócrata apareció por primera vez en The Michigan Chronicle.

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