El comercio globalizado, el alma de las economías modernas, llegó para quedarse. Sin embargo, a medida que el comercio internacional se expande, los puertos del mundo enfrentan un desafío inevitable: sus límites físicos y operativos. Las costas adecuadas para instalaciones de aguas profundas son finitas.
Las ampliaciones, como la Terminal 2 del Roberts Bank de Vancouver, construida en terrenos ganados al mar en el estuario de un río, ponen de relieve el inmenso esfuerzo y gasto necesarios para aumentar la capacidad portuaria. Incluso si de la noche a la mañana se materializaran nuevas terminales y conexiones ferroviarias, las limitaciones de espacio disponible hacen que los puertos existentes sean indispensables, lo que otorga una influencia extraordinaria a los trabajadores portuarios.
Esta influencia, sin embargo, ha tenido un costo. Las acciones laborales han garantizado beneficios significativos para los trabajadores, pero han dejado que terceros (agricultores, mineros, fabricantes y consumidores) carguen con la carga de tales perturbaciones.
En 2014, un prolongado enfrentamiento entre el Sindicato Internacional de Estibadores y Almacenes (ILWU) y los operadores de terminales de la costa oeste de Estados Unidos dejó bienes por valor de miles de millones de dólares en el limbo, paralizando el comercio durante meses.