Parte de la serie
El intelectual público
Mi querido amigo, Bill Moyers, murió ayer.
Fue el mejor entrevistador con el que he trabajado, sondeando, sin valores y profundamente en sintonía con la fragilidad y la promesa perdurable de la democracia. Con una rara combinación de claridad moral y generosidad intelectual, Bill dedicó su vida a iluminar los peligros que amenazaron la imaginación democrática y la fomento de sus posibilidades más humanas. Su trabajo nunca fue sobre espectáculo o autoestima; Se trataba de despertar la conciencia estadounidense.
Bill comenzó su viaje al ojo público como joven secretario de prensa del presidente Lyndon B. Johnson, donde fue empujado al centro de la historia política. En ese papel, se convirtió en una fuerza tranquila pero implacable detrás de escena, dando forma a los momentos clave en el gobierno de los Estados Unidos. Su tiempo en la Casa Blanca solo profundizó su comprensión de la importancia de la verdad en la política y el papel de los medios de comunicación en la salvaguardia de la democracia. Fue este compromiso con la verdad que luego definiría su extraordinaria carrera en el periodismo. A través del poder de sus dos programas de televisión históricos, incluidos «Bill Moyers Journal» y «Moyers & Company», Bill dio espacio a los subrepresentados, mantuvo el poder de dar cuenta e invitó al público a las conversaciones más críticas de nuestro tiempo. Estos programas, que abarcaban décadas, eran más que solo transmisiones; Eran líneas de vida del rigor intelectual y la claridad moral en un panorama de los medios, a menudo dominados por espectáculos y bitles de sonido poco profundos. Con cada episodio, Bill no solo informó: despertó la conciencia pública, recordándonos a todos nuestra responsabilidad colectiva de proteger la frágil promesa de democracia.
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Después de leer uno de mis ensayos sobre VerdadBill a menudo me escribía con palabras de aliento mucho más generosas de lo que merecía. Su alabanza nunca fue performativa; Venía de un lugar de humildad y gracia, basado en una creencia profunda y permanente en el poder de la verdad. Cada nota que escribió llevaba consigo un sentido tranquilo pero feroz de solidaridad. Él te hizo sentir que tu trabajo importaba, que era parte de una lucha mayor por la justicia y la dignidad.
A medida que pasaron los años, Bill se preocupó cada vez más por las corrientes autoritarias que se elevan en los Estados Unidos, la erosión de la verdad, la adquisición de los medios de comunicación por parte de las élites financieras y la transformación de los periodistas en poco más que taquígrafos de los poderosos. Sin embargo, incluso en su desesperación, permaneció comprometido a nombrar lo que estaba mal con la impresionante precisión y pasión.
Bill Moyers no era un comentarista ordinario; Era un gigante. Vio el problema más amplio en toda su complejidad con un brillo y claridad inigualables. Aunque siempre se apresuró a alabar a otros por su coraje, fue él quien modeló cómo era el coraje moral y político. Mentió una generación de periodistas, académicos e intelectuales públicos, no a través de grandes declaraciones, sino que se muestra día tras día, lo que significa decir la verdad al poder con gracia y convicción.
La mejor entrevista de mi vida fue con él en 2013. Bill llegó a él cuando llegó a todo: con una preparación profunda, un intelecto feroz y una compasión que nunca dudó. Esa conversación sigue siendo, para mí, un testimonio de quién era.
Su fallecimiento es una pérdida profunda. En un momento en que gran parte de los medios se han rendido a la banalidad, la amnesia histórica y la cobardía, el legado de Bill es un recordatorio luminoso de lo que el periodismo puede ser: feroz, principalmente y dedicado a los ideales más altos de la democracia y la promesa de un futuro más justo, igual y radicalmente democrático. En estos tiempos oscuros y peligrosos, la urgencia de su ejemplo no podría ser más clara. El trabajo que defendió debe vivir. Le debemos eso, y mucho más.
Bill Moyers era más que un mentor, maestro, inspiración y amigo; Era un símbolo de esperanza, cuyo coraje nos inspiró a muchos de nosotros a través del murciélago de los tiempos tan oscuros. Su ausencia deja un silencio profundo, un espacio donde la esperanza para el futuro aparece en el retiro. Pero incluso con esta pérdida dolorosa, hay un llamado a la acción, un eco de su compromiso duradero con la verdad, la democracia y el bien común. La sombra de los gigantes como Bill Moyers no es un lugar de desesperación, sino de inspiración, instándonos a llevar adelante el trabajo que comenzó, a dar voz a los sin voz y nunca dejar de lado los ideales frágiles pero preciosos que apreciaba.
Te extrañaré, descansaré en paz, amigo.
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