A medida que los líderes respaldados por los militares en Seúl impulsaron una rápida industrialización en los años posteriores a la guerra de 1950 a 1953 que dejó la península dividida, era casi inevitable que la prosperidad trajera consigo una creciente clase media que se volvió más aspiracional y exigió una mayor voz en cómo estaba gobernado. El escrutinio que vino con la integración en las cadenas de suministro, las inversiones entrantes y salientes y el precio exigido para el acceso a los mercados globales obligaron a Corea del Sur a limpiar sus acciones.
Los auges también traen consigo caídas y Seúl estuvo a punto de caer en default a finales de los años 1990 durante la crisis financiera asiática. Por más desgarradora que fue la crisis, también fue parte de un gran cambio en la política del país.
Por primera vez, un político de oposición de larga data, Kim Dae-jung, fue elegido presidente. Figuras del gobierno intentaron asesinarlo durante los años de la dictadura, pero la intervención estadounidense mantuvo a Kim con vida. Llegó su momento y la transición a la democracia plena fue completa.
FUERZAS DESATADAS POR EL CAPITALISMO Y UNA ECONOMÍA ABIERTA
Mientras los legisladores debatían el miércoles el futuro del ahora deshonrado Yoon, un ex ministro de Comercio de Corea del Sur se sentó con periodistas de Bloomberg en Singapur.
Le pregunté si, desde un punto de vista histórico, los flujos y reflujos del capitalismo eran efectivamente la partera de la democracia en Corea. “Absolutamente”, respondió Yeo Han-koo, investigador principal del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington. “No hay vuelta atrás”.