Un Francisco jadeante y congestionado, que acaba de cumplir 88 años, instó a los prelados a hablar bien unos de otros y emprender un humilde examen de sus propias conciencias en la temporada navideña.
“Una comunidad eclesial vive en armonía alegre y fraterna en la medida en que sus miembros caminan en una vida de humildad, renunciando a pensar mal y hablar mal de los demás”, dijo Francisco. “El chisme es un mal que destruye la vida social, enferma el corazón y no conduce a nada. La gente lo dice muy bien: el chisme es cero”.
“Cuidado con esto”, añadió.
A estas alturas, el discurso anual de Navidad de Francisco a los sacerdotes, obispos y cardenales que trabajan en la Curia Vaticana se ha convertido en una lección de humildad –y humillación– mientras Francisco ofrece una reprimenda pública de algunos de los pecados en el lugar de trabajo en la sede de la Iglesia católica.