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No, la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Palestina no fue una victoria

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No, la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Palestina no fue una victoria

El 18 de septiembre, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una resolución en la que se instaba a Israel a poner fin a su ocupación ilegal del territorio palestino en el plazo de un año. La votación, que concluyó con 124 votos a favor, 12 en contra y 43 abstenciones, ha sido interpretada por algunos como un triunfo significativo de la defensa de los derechos palestinos.

Sin embargo, no se puede pasar por alto el hecho de que 54 países (excluyendo a Israel) –que constituyen aproximadamente el 28 por ciento de todos los Estados miembros– no hayan respaldado la resolución. Esto no sólo significa una falta de coraje moral, sino que también pone de relieve una hipocresía generalizada que sigue determinando la gobernanza global. De hecho, refleja los continuos esfuerzos por erosionar el régimen internacional con el fin de garantizar la impunidad para Israel.

La resolución en cuestión exigía que Israel “ponga fin sin demora a su presencia ilegal en el territorio palestino ocupado”. Reiteraba las conclusiones de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), que en julio dictaminó que la ocupación israelí era ilegal, que sus asentamientos en tierras palestinas ocupadas también son ilegales y deben ser desmantelados, y que Israel debe pagar reparaciones por los daños sufridos por los palestinos.

El derecho internacional es muy claro en lo que respecta a la ocupación: se trata de un acto criminal. Existe consenso entre los expertos internacionales en el sentido de que un ocupante no puede invocar el derecho de legítima defensa contra el pueblo que ocupa, argumento que Israel ha empleado para justificar sus nefastas acciones genocidas.

En el contexto de esta decisión del Tribunal Internacional, el hecho de votar en contra de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas y abstenerse de votarla no puede considerarse una mera neutralidad política. Al optar por no apoyar una resolución que reafirma la ilegalidad de la ocupación israelí, estas naciones respaldan implícitamente las acciones de Israel y contribuyen a la perpetuación de un statu quo caracterizado por la opresión brutal y el sufrimiento. También hacen caso omiso abiertamente de las disposiciones del derecho internacional y, por lo tanto, las atacan.

Es importante recordar que esta votación se produjo en medio de una continua agresión israelí contra Gaza y Cisjordania, en la que han muerto casi 42.000 palestinos –la mayoría de ellos mujeres y niños– y más de 100.000 han resultado heridos. En enero, la CIJ emitió un fallo preliminar en el que se afirma que Israel está violando “plausiblemente” la Convención sobre el Genocidio con sus acciones en Gaza. Esta violencia genocida es una consecuencia directa de la ocupación ilegal israelí de tierras palestinas durante décadas.

El ataque del 7 de octubre del año pasado perpetrado por Hamas no puede considerarse de manera aislada. Tiene sus raíces en décadas de brutal ocupación que han dejado a los palestinos atrapados en lo que muchos describen como la prisión al aire libre más grande del mundo, donde la opresión sistémica, el desplazamiento y la violencia han definido millones de vidas palestinas. Comprender este contexto es esencial para abordar los problemas subyacentes y avanzar hacia una solución justa y duradera que honre la dignidad y la humanidad de todos los afectados.

Uno de los 12 países que votaron en contra de la resolución –Estados Unidos– ha apoyado durante mucho tiempo la ocupación israelí, enviando armas por valor de miles de millones de dólares a su ejército antes y después de octubre. Por su papel en el suministro de armas a Israel, Estados Unidos ha sido acusado reiteradamente de complicidad en crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad cometidos por Israel.

Curiosamente, el representante de Estados Unidos ante la ONU votó “no” a pesar de que la jueza Sarah Cleveland, que representa a Estados Unidos en la CIJ, votó a favor de todas las opiniones del tribunal en el fallo de julio.

Lo que hace que la posición de Estados Unidos sea aún más problemática es que ha adoptado una postura exactamente opuesta en relación con las ocupaciones en otros lugares. En 2022, cuando Rusia lanzó una invasión a gran escala de Ucrania y ocupó partes de su territorio, Washington estuvo a la vanguardia de la condena mundial y envió miles de millones de dólares en ayuda militar y financiera al ejército ucraniano. Esto ha establecido un preocupante doble rasero que también han seguido otros países aliados de Estados Unidos.

El Reino Unido, por ejemplo, expresó “considerables preocupaciones” por el fallo de enero de la CIJ y rechazó las acusaciones de genocidio contra Israel. El 18 de septiembre, optó por abstenerse. A pesar de que sus propios asesores jurídicos advirtieron que las armas británicas podrían usarse para violar los derechos humanos en Gaza, el gobierno británico ha continuado sus envíos de armas al ejército israelí, suspendiendo sólo 30 de las 350 licencias de exportación de armas.

Al igual que Washington, Londres también ha brindado un importante apoyo militar a Ucrania en su lucha contra la ocupación rusa y ha respaldado incondicionalmente las investigaciones sobre crímenes de guerra cometidos por las fuerzas rusas.

Alemania, que también se abstuvo el 18 de septiembre, es otro ejemplo de un país que se encuentra en una posición preocupante. Como proveedor clave de armas a Israel, Alemania enfrenta serias acusaciones de facilitar la comisión de genocidio, lo que complica su posición moral y plantea interrogantes sobre su compromiso con los derechos humanos. Su gobierno ha anunciado planes para intervenir en la audiencia principal del caso de genocidio contra Israel en la CIJ, rechazando categóricamente las acusaciones de genocidio sin justificación sustancial.

Mientras intenta bloquear los procedimientos judiciales contra Israel, Alemania ha acelerado las investigaciones iniciadas por su propio sistema judicial sobre los crímenes de guerra cometidos en Ucrania.

Varios otros países de Europa, América Latina, Asia y el Pacífico –en su mayoría aliados de Estados Unidos y la OTAN– también votaron en contra de la resolución de la AGNU o se abstuvieron, poniendo consideraciones geopolíticas por encima del derecho internacional y la ética.

La hipocresía inherente a estas alianzas geopolíticas plantea interrogantes críticos sobre la integridad del marco jurídico global. ¿Por qué las violaciones cometidas por Israel, un aliado de poderosas naciones occidentales, reciben silencio o una condena insuficiente, mientras que otras no? Esta inconsistencia no sólo profundiza las divisiones entre Occidente y el Sur Global, sino que también daña la legitimidad del derecho internacional y su capacidad para prevenir atrocidades.

Cuanto más se protege a Israel con estos países, más se burla del derecho internacional sin temor a las consecuencias y más brutales y letales se vuelven sus abusos. Y sus violaciones no sólo afectan a la población palestina. Este patrón de impunidad socava los principios fundamentales de la justicia y la rendición de cuentas y alienta a otros a cometer esos crímenes.

La abstención de 43 países y la oposición de otros 11 en relación con la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas envían un mensaje claro al mundo: “no hay reglas”. Esta alarmante tendencia sugiere que los países con ejércitos poderosos pueden actuar unilateralmente, haciendo caso omiso del derecho internacional, sin consecuencias. Si no logramos detener esta erosión del régimen jurídico, corremos el riesgo de caer en un mundo regido por la “ley de la selva”.

Semejante ruptura del derecho internacional tendría consecuencias catastróficas para la civilización humana, pues fomentaría un clima en el que los poderosos podrían pisotear los derechos de los débiles, perpetuando ciclos de violencia y opresión. La hipocresía evidente en la respuesta global a la difícil situación palestina ejemplifica este peligroso desprecio por la justicia y la rendición de cuentas. Mientras estos 54 países sigan haciendo la vista gorda ante las graves violaciones, los cimientos del orden global se ven amenazados.

Para restablecer la fe en el derecho internacional, los países deben dar prioridad a los derechos humanos por sobre los intereses estratégicos. Para ello es necesario que la comunidad internacional cuente con un frente unificado. Las naciones deben exigirse mutuamente responsabilidades por sus acciones y denunciar las violaciones, independientemente de sus afiliaciones o alianzas políticas. Un verdadero compromiso con la justicia exige que los principios del derecho internacional se apliquen de manera coherente y sin prejuicios.

Sólo mediante acciones decisivas se pueden defender los ideales del derecho internacional y salvar al mundo de un futuro oscuro y sin ley.

Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la postura editorial de Al Jazeera.

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